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Alguien debería decirle de una vez a Josh Radnor que el personaje por el que se reconoce su cara es lo que menos importa no sólo de la serie que protagoniza, Cómo conocí a vuestra madre, sino de todo el panorama audiovisual actual en general. Y que si en su día se vio con buenos ojos su debut como director y guionista (ese Happythankyoumoreplease que no hizo ningún ruido en taquilla pero sí encandiló a amantes de las comedias románticas indie), fue precisamente por recurrir a una película coral donde él se reservaba un papel protagonista ma non troppo y que, para colmo, hacía del suyo un personaje sensiblemente distinto al de la ficción televisiva. Todo lo contrario a lo que ahora presenta. En Amor y letras hay varios males, pero el primero puede irse ubicando desde ya: tener que soportar durante poco más de 90 minutos a un protagonista soso, inexpresivo, pedante y con complejos fruto de una maduración finalizada sólo a medias y la crisis de los 40 que ya asoma. Y ojo, que se intuye muy autobiográfica la cosa. O sea que encima va a tener que aguantarse una suerte de autobombo. Mal vamos.
Un joven profesor de literatura que irrita más que otra cosa es el protagonista de esta nueva comedia romántica que arranca cuando un compañero le invita a pasar unos días con él para asistir a su cena de despedida en el college en el que trabaja. Ahí, conoce a una estudiante de 19 años de quien queda prendado. Como ya sucediera con su opera prima, no es la originalidad de sus premisas lo que más le interese a Radnor, por lo que el punto fuerte de Amor y letras deberá buscarse más bien en el tratamiento que vaya a recibir su archiconocido argumento. Y justo es reconocer que ahí el film gana algunos enteros: si bien ubicado en un género muy concreto, se toma la molestia de virar hacia latitudes más amargas de lo esperado. El sentimiento de culpa, el rumbo al fracaso de una relación imposible que parecen sentir las dos partes (o por lo menos una de ellas), le hacen perder la etiqueta de comedia y dejarlo todo en “cine romántico” a secas; y alguno de los sempiternos lugares comunes por los que pasa es tratado con cierta frescura. Súmese todo ello la presencia de Richard Jenkins (totalmente innecesaria, pero siempre bienvenida) y de Elizabeth Olsen, y se llena el cupo de parabienes.
La otra cara de la moneda, sin embargo, es la que acaba saliendo triunfadora. Y es que Amor y letras es una película tan pedante como su título en versión original (Liberal Arts) y eso, sí o sí, acaba causando el rechazo del respetable. Exceso de diálogos, pretenciosidad en sus discursos, y por lo general un estilo sumamente forzado, llevando el concepto de lo indie hasta el extremo. Y entre medio, la sensación de que todo ello no es sino una excusa para ensalzar la figura de su responsable, un Josh Radnor que parece querer ser el nuevo Woody Allen. En este sentido hasta los títulos iniciales, fondo negro y letras blancas con la misma fuente que la que se emplea en las cintas del de Brooklyn, parecerían responder a semejante temeridad. Eso, y que cualquier atisbo de trama secundaria en la que el protagonista no participe acabe relegada a un segundo plano, condenada al olvido, y sonando a pegote tipo falsa modestia (como a falsa modestia suena esa pretendida autoburla en boca de su antigua profesora de literatura inglesa); y es que, no encuentro mejor manera de decirlo, Radnor va muy de listo.
De manera que al final, su película se antoja antipática por pedante, apática por su incapacidad de transmitir emociones, y sufre el síndrome de modernitis que cada vez tragan menos espectadores. Curioso siendo como es, a priori, una cinta sencillita, sobre una relación vulgar y corriente. Y doloroso, habida cuenta de la presencia de una Elizabeth Olsen que merece mejor suerte. Pasando.
4/10
Por Carlos Giacomelli
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